martes, 14 de junio de 2011

Desde afuera



A veces, piensa que nada entiende de la vida, que las mentiras no son tan mentiras, sino verdades dichas de otro modo, dichas con rebeldía, con venganza, con miedo, con malas intenciones o, incluso, con buenas. A veces, piensa que no es bueno meditar tanto, porque lo que tiene que ser; será y no hará falta pensarlo una y otra vez. A veces, cree que cree, pero se encuentra a sí misma, dudando. A veces, cree que podría cambiar, cambiarlos, pero aterriza. Aterrizar, caer a tierra luego de haber volado ¿Estuvo ella volando? Quizás sí. Es lo más probable. Sus reacciones, sus actitudes demuestran que no estaba aquí, en su lugar. Sí, éste es su lugar, la tierra firme, la de las cosas concretas.


Pasan las horas y piensa, piensa y piensa. Si pagaran por pensar, ella ya tendría bastante dinero. Pero, lástima, nadie te paga por pensar todo el día en lo mismo, en los mismos. Quisiera ser pobre. Sería todo tan distinto. Quisiera que esas cosas que tanto espera, llegaran luego, para así no pensarlas, para así no evocarlas. Pero no hay caso, lo que no llega, no llega porque no quiere llegar. En el camino, la gente se agota, se abruma, se aburre. En este camino, ella todavía ni siquiera avanzaba y ya se encontraba totalmente agotada ¿Dónde estaba la meta de esa carrera? "En ningun lado- piensa-nunca hubo meta. Sólo corrimos por fuera de la pista. Nos adelantamos, incluso, pero de nada valio. No estabamos en el juego".


Ahora, que mira desde las graderías, puede entender porqué no se fueron por la pista. "Siempre supimos que no íbamos hacia la meta, pero era más fácil pensar que sí, porque como ya saben, pensar mucho en lo incorrecto, te afecta el corazón. Ese órgano vital, para empezar a andar, para empezar a funcionar. Le dijimos al corazón que íbamos por el camino correcto, pero por la calidad del efuerzo, éste se dio cuenta de nuestro engaño. El corazón no se agitó, no se esforzó. Sólo se entristeció, por las mentira, pero supimos decirle, que esa mentira, había sido por un bien mayor", pensó.


Entonces, éste entendió, que, a veces, es mejor no reclamar, sólo correrse, correrse de la pista, del camino. No hay salud, no hay oxígeno, para pedir más. Si ellos, lo hicieron, lo hicieron por mí; eso pensó. Y siguió, siguió el camino desde afuera. Pensaron que él olvidaría todo, pero no era primera vez que le sucedía... Ella, por su parte, seguiría pensando, como siempre lo hacía.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Esa cinta


Afuera un grupo de perros ladran. Y acá dentro, mil pensamientos aúllan en mi cabeza. No hace falta seguir con esto, me dicen unos, y otros, me alegan que si lo pienso, por algo debe ser. No me interesa cuál es ese algo, lo que me interesa es que exista ningún algo. No hay tiempo ni corazones para vivir escenas repetidas. Quizás a todo nos guste, volver a repetirnos las películas en las partes más lindas, pero eso es así. Es una película; tenemos el control, podemos poner pausa cuando queramos. En cambio, en esta película, el botón de stop parece no estar funcionando. Prefiero avanzar y quedarme en el final, en la última escena. Sí, ésa, la que para todos siempre es la más tierna. En las películas, claro. En la vida, no hay guionista que se ocupe de que los finales siempre sean de las mil maravillas.

Nunca fui guionista. Quizás debí serlo. Quizás debí tener amnesia y un corazón de madera. Quizás podría repetir la escena, para sentir que, en realidad, fue el rodaje el que no estuvo bien. Quizás podría modificar mis libretos y exagerar mis sentimientos. Quizás podría ser la protagonista y no la actriz secundaria. Quizás lograría que se exhibiera en los cines y hasta un premio. Quizás, quizás, pero no sé si quiero ese quizás.No sé si quiero seguir proyectando la escena en mis pensamientos. No hace falta abusar de mi fortaleza ni de mi crecimiento personal. Hay cosas, que requieren más que eso, para empezar a andar.

Y sí esta cámara no empieza a grabar sin cinta. Tampoco esta historia comienza a escribirse sin un sueño. Hay sueños buenos, hay sueños malos. Lo que hay son anhelos, deseos. Y yo, no me puedo permitir tenerlos. ¿Quién te dijo que era eso lo que deseaba? ¿Quién te dijo que quería volver a rodar la historia? Nadie sabe, nadie puede descubrir mis deseos, cuando ni yo sé lo que quiero. Este cuento, fue sólo eso, un cuento, no alcanzó a ser novela. Y siempre son los grandes Best Sellers los que llegan al cine. Por eso, no fue un éxito. Por eso, no vale la pena intentar rodarlo de nuevo.

Guardo estos pensamientos, como guardé los pedazos de la cinta. Guardo esta confusión, para no tener que enfrentarla nunca más. Guardo todo y nada. Todo eso y nada de aquello. Guardo lo malo, porque así el corazón se hace de madera. No guardo lo bueno, porque así se rebela. No quiero motines en mi contra. No quiero insurgencia en mi cabeza y menos. ..Bueno, tú, ya sabes donde no quiero rebeldes.

sábado, 30 de octubre de 2010

Comienzo


Ella tenía más de diez razones para ser feliz, pero siempre encontraba más de cien, para no serlo. En su oscura habitación se encerraba, día a día, a escuchar el canto de los pájaros. Le agradaba sentir que aparte de las personas, existían otros seres que se comunicaban. Probablemente para ella habría sido mucho más fácil ser un ave. Las relaciones con el resto de las personas no le resultaban tan bien, o mejor dicho casi no tenía ese tipo de relaciones.
Gozaba de una gran imaginación, de hecho sus felicidades consistían en crearse sueños que lo más seguro es que nunca se cumplirían. Pero eso, no tenía que ver con que sus sueños fueran inalcanzables, sino, con su miedo a intentar cumplirlos. Conversaba consigo misma, sobre su desgracia, y se decía que estaba aburrida de soñar, pero al mismo tiempo, sabía que eso era lo que la mantenía viva. Y a veces, cuando recordaba momentos, se confundía entre aquellos que realmente habían sucedido y los que nunca habían existido. No estaba loca. Estaba sola, pero ya se había acostumbrado a esa soledad. No le gustaba tener que hablar sobre su vida. La gente siempre se preocupaba de los logros, como si fuera obligación tener que ser exitosos. Por lo mismo, había aprendido a dar la respuesta correcta: "sí. Todo bien, gracias". A la gente no le importaba el lado malo, de hecho, preguntarte cómo estabas o cómo te iba, no era más que por cortesía. No había tiempo para penas ni problemas ajenos, ya todos tenían los propios. Ya todos tenían una vida. Una vida que ella no tenía.
Ya no necesitaba llorar ni escribir para desahogarse, pues ya no había nada nuevo que contar. Cada vez se sentía más vacía. No había motivaciones. Ni tampoco alguien en quien pensar, aunque fuera con rencor.
Simplemente se estaba alejando de todo; de la gente, de la felicidad, del amor. Por eso prefería no pensar en lo que podía pasar en unos cuantos años más. Le aterraba la idea de verse sola, admirando las vidas del resto. Contemplando cómo las demás personas encontraban la felicidad y ella, no. Una vida así no era vida. Necesitaba replantearse, y aunque le costaba aceptarlo, necesitaba cambiar y rodearse de nuevas personas, pues no quería convertirse en un estorbo para sus cercanos. Sin embargo, por ahora, lo único que pedía era un impulso. Sólo un impulso, para comenzar a vivir.

viernes, 30 de octubre de 2009

El Afán

Me sorprende ese afán de querer separarnos
Y así de a poco irnos ensimismando
Me sorprende ese afán de mentirnos
Y también de herirnos

Me sorprende ese afán de decir entre líneas
De creer que insinuar es decir
De creer que omitir es mentir
Me sorprende que pienses que esto no importa

Me sorprende que creas que soy una tonta
Que me ocultes verdades que ya no me asombran
Que le digas al mundo que nos conocemos
Cuando los dos sabemos que ya ni nos entendemos

martes, 1 de septiembre de 2009

Vida y muerte


Sonia detuvo su mirada en una lápida, había muchas allí, pues era un cementerio muy grande; Sin embargo esa tenía algo especial: habían dos nombres en ella, al parecer correspondían a los de una pareja. El hombre había fallecido quince días antes que la mujer, lo cual le llamó mucho la atención; comenzó a pensar en aquellas personas y en cómo a veces resulta cierto eso que dicen que se puede morir de pena. Trató de no reflexionar más sobre el tema, pues dicen que es mejor dejar descansar en paz a los muertos y ella, con sus pensamientos sentía que estaba perturbando esa calma.

Se alejó de aquel sitio y entonces, se dirigió donde debería haber ido desde un principio, a la tumba de su hermana; Sin embargo, mientras cruzaba el sendero que unía las dos divisiones del cementerio, se encontró con una mujer delgada, que traía en una mano un ramo de rosas blancas y en la otra, una botella de agua. La siguió con la mirada y, para su sorpresa, ella venía a visitar a aquellas personas que salían en la lápida que tanto había llamado su atención, sintió unas ganas de ir a hablarle, todavía no sabía bien por qué, pero en su interior sentía que necesitaba saber cómo se habían conocido esas personas. Se sentía intrusa, pero la curiosidad era más fuerte como para detener sus pensamientos y sus actos, entonces, retrocedió por el sendero y repentinamente se tiró al césped junto a la mujer.

Se miraron, pero no cruzaron palabras, la mujer se sentía un tanto incomoda, pues no es normal que cuando se va al cementerio a ver a tus seres queridos, alguien invada ese momento tan íntimo. Sin embargo; parece que hace mucho que no conversaba largo y tendido con una persona, pues de un momento a otro comenzó a hablarle a Sonia sobre la bonita pareja que hacían sus padres y así mediante preguntas la mujer fue contando paso a paso los detalles de esa bella relación.

Un nueve de enero de 1958, dos jóvenes osorninos se conocieron en una estación de trenes en Santiago; él viajaba con destino a Concepción y ella hacia su ciudad natal, tomaron el tren de las diez y como el destino sabe de estas cosas, los unió en un mismo asiento. Bernarda, con sus diecinueve años recién cumplidos, miraba por la ventana para tener que evitar ver al joven que estaba a su lado; Elías, y él leía el reverso del boleto que le dieron la primera vez que fue al cine, llevaba mucho rato haciendo lo mismo y ya se sentía un poco inquieto. De pronto el tren se detuvo y el auxiliar del conductor salió de la cabina y dirigiéndose a los pasajeros les dijo que un imprevisto había ocurrido en la línea férrea, por lo cual iban a estar parados en ese sitio cerca de seis horas, hasta que alguien de la empresa de ferrocarriles viniera a reparar el daño. La situación era desagradable, pero propicia para iniciar una conversación con el compañero de asiento.

Bernarda se cruzó de brazos y con la voz un poco quebrada le preguntó la hora a Elías, él le dijo que eran las doce con cinco, ella dijo gracias y él, de nada. Pasaron cinco minutos y el joven no encontraba la forma de volver a retomar la conversación con aquella bella mujer; entonces, decidió preguntarle su destino y así no pararon hasta que él se bajó en Conce y ella le entregó en un papel, el número de la casa donde trabajaba en Santiago, para que cuando tuviera tiempo la llamara y pudieran salir a tomar un helado. Se siguieron viendo, pues ambos trabajaban en la capital y el doce de marzo del mismo año, comenzaron a tomarse la mano, fueron de a poco, hasta que sin darse cuenta, la mano de Elías subió por la mejilla de Bernarda, la acarició y la besó en la boca. En ese momento, ambos sabían que lo que sentían no era un simple amorío nada más, sino que iba a perdurar, se querían mucho y con el tiempo se fueron amando.
Se casaron cuando ella tenía 21 años y él 23, no invitaron a sus amigos ni a su familia, sólo estaban con sus testigos respectivos, en el caso de ella, la otra empleada de la casa donde trabajaba y en el de él, un compañero de trabajo de la fábrica, tanto amor no podía esperar un día más. Se fueron a vivir a una pequeña casa en las afueras de Santiago, allí concibieron a sus hijas y las criaron. La estrecha casa de ladrillo se fue agrandando con el tiempo, a la vez que nacían los retoños y también los nietos.


Bernarda y Elías permanecieron juntos hasta que la muerte, literalmente, los separó. Un resfrío mal cuidado acabó con la vida del viejo, que hasta el final de sus días, le cantó tangos en el oído a su señora y no se cansó de decirle lo mucho que la amaba. Eran un matrimonio feliz, pero claro como todo en la vida, tuvieron sus altos y sus bajos, pero jamás nada pudo separarlos, pues el amor que los unía era más fuerte. Y ¡vaya que fuerte!, porque no pudieron estar más de una quincena separados, para que Elías viniera a buscar a su amada, la que incesantemente se lo pedía todas las noches en silencio, cuando a tientas buscaba en la oscuridad, su cuerpo ausente en el lecho.

El treinta de enero del 2006, la vieja abuela Bernarda cerró sus ojos para no despertar más y en una carta dejo escrita la bella historia de amor que construyó con su difunto marido. “(…)¿Quién va a pensar que en un tren vas a conocer al hombre de tu vida, quién va a pensar a los quince años que tendrás que llorarás por un hombre que aún ni conoces, quién puede entender que ahora no puedo vivir sin él?. Sólo la vida, ella nos une, ella nos separa y ahora nos vuelve a juntar”.

De pronto, la mujer delgada deja de hablar, había terminado su relato y la limpieza de la lápida de sus padres, ya era hora de marcharse. Entonces se para delante de Sonia y le da un gran abrazo, mutuamente se agradecen por el momento de intimidad, por la confianza y por escuchar. Sin decir más, cada una toma su camino, la mujer, el de salida y Sonia, el del sendero que aún no cruzaba, para poder llegar al lugar donde se encontraba su hermana. Como muchos domingos, este era un día para visitar a los amigos y parientes difuntos; Sin embargo, jamás una visita al cementerio había sido tan especial como ésta.

viernes, 26 de junio de 2009

No sabíamos

Era de noche, lo recuerdo perfectamente; paseaba de la mano con una mujer. Ella debe haber tenido unos veinte y él, no más de treinta. Me pareció que hacían muy linda pareja; sin embargo a medida que se iban acercando pude notar que ella lloraba, no sé por qué ni por quién, pero él la consolaba de una forma tan dulce, que era imposible imaginarse que era él, quien había provocado tan profundos lamentos.

De pronto la mujer soltó la mano de su pareja y corrió, corrió tan rápido que ni él ni yo pudimos alcanzar su recorrido con la vista, porque simplemente se perdió en la espesura de la oscuridad, se desvaneció lentamente como se desvanece la espuma en el mar. El hombre no la siguió, no la lloró y creo que tampoco la amó; él nada más agachó la cabeza y comenzó a retroceder por el mismo camino por donde antes había venido y fue ahí cuando me vio.

Yo estaba sentada en un banco, al lado de un foco; mi rostro estaba bastante iluminado, perfecto para que el hombre pudiera notar mis mejillas ruborizadas, avergonzadas; me sentía culpable, intrometida, por haber presenciado un momento tan privado; así que lo único que hice cuando él me miró, fue reír. Y creo que es lo más estúpido que he hecho en mi vida, siempre me dan ataques de risa cuando me pongo nerviosa por algo, pero creo que jamás había sido tan inoportuna como ese día, no entiendo cómo no pude controlarme, ¿es qué acaso no podía entender que ese hombre estaba sufriendo?, ¿acaso yo no tenía sentimientos?. Pero, entonces, algo extraño sucedió, el hombre me sonrió y comenzó a reír, se produjo entre nosotros una suerte de situación mística, en la que yo ni él sabíamos por qué reíamos cada vez más fuerte. De pronto, yo dejé de reír y con tono asustado, le pedí disculpas por mi falta de respeto e insensibilidad, era lo mínimo que podía hacer. Entonces, él me dijo que no me disculpara, porque no había cometido ninguna impertinencia, simplemente había reído, como lo hace la gente feliz y como por supuesto su ex novia, nunca lo había hecho. Sus palabras no sé si mi hicieron sentir mejor o peor, pero lo que si sé es que ese hombre ya no amaba y si amaba, no lo sabía.

Comenzamos a conversar y sin que yo le preguntara, él me contó sobre su historia de amor; me pareció un hombre interesante, tan dulce y elocuente, que me extrañaba que no tuviera un amigo a quien contarle todas esas cosas y que en su defecto, le estuviera revelando sus intimidades a una desconocida como yo. Poco a poco me fui internando en sus recuerdos, me fui identificando con él, con ella, con ambos. Y entonces, me di cuenta que éramos tan parecidos, tanto sufrimiento habíamos tenido que ya nada calaba hondo en nuestros corazones, sólo vivíamos atados o desatados a una persona que ya no amábamos, fingíamos ser dulces, comprensivos, empáticos, para no dañar, para no hacer sufrir, cuando en realidad no entendíamos que era mejor decir la verdad, antes que actuar, sólo había que hablar, quizás dolería, quizás sufrirían; pero nada duele más que la mentira.


Todo era tan extraño, estaba viendo mi vida, mi historia de amor o quizás de desamor, en los recuerdos de un hombre que apenas conocía y que para peor, ni siquiera sabía su nombre ni su procedencia, sólo sabía de sus dolores. Esos dolores que eran tan idénticos a los míos y talvez tan idénticos a los de mi novio. La verdad es que nunca me había puesto a pensar en sus sufrimientos y quizás si me hubiera dicho antes, no habría huido como lo había hecho esa noche, quizás nos podríamos haber entendido.

Mientras mi mente divagaba entre mis sufrimientos, los de mi novio y los del hombre; comencé a sentir unas profundas ganas de perdonar y ser perdonada, de hablar y ser escuchada; y de amar y ser amada. Esa noche, a mi lado, no había otra persona, más que ese hombre, que me parecía tan desconocido y conocido a la vez; entonces lo miré detenidamente, analicé su rostro, su piel, sus manos; sus ojos que reflejaban los míos, su boca que reflejaba la mía. Me acerqué lentamente y sellé sus labios con un beso tan mágico que jamás podría haberlo olvidado, él me respondió y mientras nos besábamos; sentí paz, amor, perdón, comprensión como nunca la había sentido.

Entonces, nos paramos de la banca, nos tomamos de la mano y esta vez, nos fuimos juntos por ese camino oscuro. Juntos nos fuimos desvaneciendo en la negrura de la noche, Juntos,como nunca antes, nos fuimos amando.

sábado, 9 de mayo de 2009

renacer...


Pasaron más de dos años, personas, alegrías y tristezas. Y al verte comprobé que nada había cambiado; seguías teniendo esa capacidad de ponerme nerviosa y de hacerme sentir ese cosquilleo en el estómago. Entonces, mi vida se llenó de recuerdos y de ilusiones. Los pensamientos se volvieron la cuna de los sueños de una adolescente enamorada y el corazón muy alocado por la esperanza de una nueva oportunidad, se disparató latiendo muy fuerte cada vez que pensaba en ti.
Un sentimiento, que a pesar del tiempo transcurrido, renacía tan intacto como siempre y es que esa dosis de ternura y misterio en tus ojos, sigue siendo el detonador perfecto de mis sentimientos...