sábado, 30 de octubre de 2010

Comienzo


Ella tenía más de diez razones para ser feliz, pero siempre encontraba más de cien, para no serlo. En su oscura habitación se encerraba, día a día, a escuchar el canto de los pájaros. Le agradaba sentir que aparte de las personas, existían otros seres que se comunicaban. Probablemente para ella habría sido mucho más fácil ser un ave. Las relaciones con el resto de las personas no le resultaban tan bien, o mejor dicho casi no tenía ese tipo de relaciones.
Gozaba de una gran imaginación, de hecho sus felicidades consistían en crearse sueños que lo más seguro es que nunca se cumplirían. Pero eso, no tenía que ver con que sus sueños fueran inalcanzables, sino, con su miedo a intentar cumplirlos. Conversaba consigo misma, sobre su desgracia, y se decía que estaba aburrida de soñar, pero al mismo tiempo, sabía que eso era lo que la mantenía viva. Y a veces, cuando recordaba momentos, se confundía entre aquellos que realmente habían sucedido y los que nunca habían existido. No estaba loca. Estaba sola, pero ya se había acostumbrado a esa soledad. No le gustaba tener que hablar sobre su vida. La gente siempre se preocupaba de los logros, como si fuera obligación tener que ser exitosos. Por lo mismo, había aprendido a dar la respuesta correcta: "sí. Todo bien, gracias". A la gente no le importaba el lado malo, de hecho, preguntarte cómo estabas o cómo te iba, no era más que por cortesía. No había tiempo para penas ni problemas ajenos, ya todos tenían los propios. Ya todos tenían una vida. Una vida que ella no tenía.
Ya no necesitaba llorar ni escribir para desahogarse, pues ya no había nada nuevo que contar. Cada vez se sentía más vacía. No había motivaciones. Ni tampoco alguien en quien pensar, aunque fuera con rencor.
Simplemente se estaba alejando de todo; de la gente, de la felicidad, del amor. Por eso prefería no pensar en lo que podía pasar en unos cuantos años más. Le aterraba la idea de verse sola, admirando las vidas del resto. Contemplando cómo las demás personas encontraban la felicidad y ella, no. Una vida así no era vida. Necesitaba replantearse, y aunque le costaba aceptarlo, necesitaba cambiar y rodearse de nuevas personas, pues no quería convertirse en un estorbo para sus cercanos. Sin embargo, por ahora, lo único que pedía era un impulso. Sólo un impulso, para comenzar a vivir.